Historia de la cofradía del Santísimo Ecce Homo de Calamocha

Tras la Contienda Civil, la sociedad española comienza el largo y penoso peregrinaje de la posguerra. En la década de los cuarenta hay hambre, luto y la ingente tarea de la reconstrucción del país.
Al unísono hay un resurgir del catolicismo y por doquier proliferan las peregrinaciones a santuarios para dar gracias por el fin de la guerra, así como del nacimiento por todo el territorio nacional de cofradías, casi todas ellas penitenciales y referidas a la Semana Santa.
 
En nuestro caso también es así, y son jóvenes de la localidad pertenecientes al movimiento de Acción Católica junto a calamochinos excautivos de la prisión de San Miguel de los Reyes en Valencia, los que forman el embrión fundacional en 1948.
En aquellos momentos conviven en nuestra Villa las tradicionales y centenarias cofradías penitenciales surgidas tras la desaparición de la cofradía de la Sangre de Cristo. Son cofradías familiares (4 personas por anda), cerradas a cualquier ajeno a las mismas y heredando, cada primogénito varón, el varal del anda que ha venido perteneciendo a la familia.
En nuestro caso no tendremos esas peculiaridades, puesto que desde su fundación la cofradía está abierta y sin limitación para todo católico que desee pertenecer a ella.
Los hábitos están inspirados en aquellos que vieron los estudiantes, hijos de la clase media calamochina, en la semana santa zaragozana. Y sin embargo, el precio de 50 pesetas de las de entonces (todo un dineral), constituyó una barrera para los nuevos cofrades. 

Así, entre los capirotes andaluces en vez de terceroles aragoneses, los colores blanco y grana que sustituyeron a los morados y negros tradicionales y la composición de los cofrades, nutrida de industriales, comerciantes y destacados agricultores, fue la combinación perfecta para que se nos conociera como la “cofradía de los ricos”, apelativo afortunadamente olvidado desde la década de los ochenta.

La imagen será la bellísima talla del Stmo. Ecce Homo, expuesta al culto con gran veneración en la capilla del convento del Príncipe San Miguel, de las RR.MM. Concepcionistas Franciscanas.
Las religiosas tras oír con suma atención la propuesta que les hace la incipiente cofradía, darán gozosas su conformidad para que la venerada Imagen salga en procesión cada Viernes Santo, con el compromiso de no pernoctar fuera del cenobio.
El ebanista y entusiasta cofrade Antonio Lucia Soriano, construirá en su taller de la calle Mayor una simple y concienzuda peana que donará a la cofradía, y que 64 años después seguimos utilizando.
Durante dos décadas los cofrades, que llegan a ser un número de poco más de 30, viven momentos felices de gran armonía y hermandad, y muy recordadas son todavía las celebraciones en la finca del Castillejo en el domingo más próximo a la Cruz de Mayo, para celebrar, en torno a una gran comida, la fiesta de la cofradía.
En la década de los años 60 se atisba un cambio social en toda España. Es la época del Seat 600, irrumpe el turismo y se comienza a adorar a otros dioses. Las filas de cofrades comienzan a flaquear, el desánimo nos invade y frente a los pocos que vamos quedando aparece un oscuro e incierto futuro.
Hasta ese momento, la cofradía ha ido funcionando sin estatutos y sin prácticamente junta de gobierno; el hermano mayor era aquel que a los ojos de todos más trabajaba o más se preocupaba, quedando investido de una autoridad moral que todos acatábamos, mientras que las decisiones a tomar, siempre muy sencillas, se debatían entre todos en una sobremesa o mientras se montaban los hachones en la sacristía.
En pleno declive y con pocos cofrades para elegir, el entonces hermano mayor, D. Emilio Benedicto González, ante su inminente partida para fijar su residencia en Masamagrell tras su jubilación, llama a Jesús Blasco López. Con evidente consternación se trataba de dejar a alguien al frente de la cofradía, aun cuando su interlocutor, como en este caso, fuera un menor de edad.
La elección no fue casual ya que éste cofrade estaba estrechamente ligado al convento y a la imagen del Stmo. Ecce Homo. Este gesto marcará definitivamente el resurgir de la cofradía y de la Semana Santa calamochina.
Durante una década durísima aguantamos como pudimos. No hubo hermano mayor al uso y la quincena de cofrades que conformábamos la cofradía hicimos una piña posicionándonos a la espera de tiempos mejores.
Tal y como se recoge en el audiovisual “Ecos de una Pasión”, nos llegamos a plantear ceder y sucumbir arrastrados por la apatía, o echarle coraje y tirar para adelante, como así fue.
Nuestra actitud cambió y pasamos del inmovilismo a una frenética tarea. Nos propusimos dos cosas, una primera de salvar a nuestra cofradía del Ecce Homo, para después entusiasmar al vecindario y acudir en auxilio de la Semana Santa calamochina que pedía ayuda a gritos. Ambas cosas se cumplieron.
En torno a 1978, la cofradía ya cuenta con casi un centenar de cofrades, se creó la sección de banda con 6 tambores, aprobamos nuestros primeros estatutos y se eligió a D. José Barrado Salas, como el primer hermano mayor de la época moderna, relevando al hasta entonces considerado como tal, D. Miguel Ángel Benito Layunta.
Será sustituido en el cargo de hermano mayor, por otro cofrade entusiasta ya fallecido, D. Jesús Antonio Sampériz Salas, y quien a su vez relevará el actual hermano mayor D. Ángel Vizárraga Lázaro que viene ostentando el cargo desde 1987.
Mención especial merece la Banda de Cornetas y Tambores que aun siendo la sección de mayor lucimiento, lo es también de mayor entrega y sacrificio. Muchos han sido los que han pasado por esta sección dejando lo mejor de sí mismos, y en ese reconocimiento a todos, queremos destacar la tarea de su primer jefe José Luis Campos Torrecilla, continuada por Carlos Serrano Giral y los hermanos Raúl y Sergio Santafé León. Actualmente, éste último sigue al frente de la sección de cornetas y Guillermo Vizárraga Lario se ha hecho cargo de la sección de tambores.
La banda del Stmo. Ecce Homo ha dado acompañamiento a las imágenes del Sto. Cristo y Entrada de Jesús en Jerusalem de Calamocha, cuando estas cofradías no tenían banda. Algunos de sus miembros fueron instructores de sus educandos en ambas cofradías e igualmente en otras varias del Valle del Jiloca, con quienes guardamos fraternas relaciones aplaudiendo y celebrando su continua progresión.
A 1978 debemos otro acto que brilla con derecho propio en las celebraciones de la Semana Grande. Es sin duda el Via Crucis penitencial que durante dos años seguidos iniciamos en solitario procesionando con nuestra Imagen desde las Monjas hasta la ermita del santo Cristo.
En el tercer año de vida del Vía Crucis, esta cofradía hizo una generosa invitación a las siete cofradías restantes (no existía la Entrada de Jesús en Jerusalem), dando lugar a un acto recogido y multitudinario, por el que han pasado los más cualificados predicadores.